La luz del sol al amanecer se detuvo sobre la moneda plateada.
Y ésta abrió súbitamente los ojos y, entumecida tras tantas horas de profundo sueño, se desperezó. ¡Había tanta humedad allí arriba! Sobre el tejado de aquella casa de dos pisos situada al final del pueblo.
«Buenos días», dijo amablemente a su otra cara.
No hubo respuesta.
«¡Buenos días!
Despierta, ha amanecido...» volvió a decir, aún más amablemente.
Pero su otra cara no contestó. Tampoco aquel día contestó.
Como no le había contestado desde que recοrdaba. Por muy amablemente que le hubiese hablado, por tantas veces que lo hubiese intentado.
Miró hacia el sol que se elevaba en el cielo y sonrió.
«¿Por qué no me hablas?», volvió a decirle a su otra cara.
«Háblame, yo estoy tan sola como tú.»
«Háblame.»
«Ya lo sé, puede que no te guste mi compañía, pero qué le vamos a hacer. Somos tan sólo las dos caras de una moneda. Y sería bonito que habláramos de vez en cuando.
¿No sería bonito que nos tuviéramos la una a la otra?»
Pero su otra cara no hablaba. Se lo había pedido tantas veces. Se lo había pedido de todas las formas que conocía. ¡Pero no conocía muchas! Una cara de una moneda pequeña y barata, eso es lo que era. Nada más.
«Buenas noches» le dijo, mientras caía la oscuridad...
* *
«Buenos días» dijo dulcemente con la primera sonrisa del sol.
No hubo respuesta. Quizás estaba aún dormida... Esperaría un poco.
Esperó a que el sol estuviera más arriba. Un sol de oro. Un sol que brillaba sobre la moneda plateada, en el tejado de aquella casita de dos pisos. Y entonces se atrevió a hablarle de nuevo.
«Hace un bonito día hoy, ¿verdad?»
Ηistoria entera...
la nada y el infinito